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Las 'Sonatas', de Valle-Inclán, cima de la prosa modernista

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Sonatas Valle InclanEste mes estamos totalmente clásicos. Si con anterioridad os hablamos de un libro del Romanticismo (‘El caballero de las botas azules’, de Rosalía de Castro) y de una novela que mezclaba Naturalismo con doctrinas de fin de siglo (‘La sirena negra’ de Pardo Bazán), hoy volvemos a la época de la que ya hablamos con ‘La cópula’ de Salvador Rueda. Ss voy a hablar del mejor libro que he leído en lo que va del año, una auténtica joya del Modernismo: el ciclo de las ‘Sonatas’ del ínclito Ramón María del Valle-Inclán.

Las ‘Sonatas’ están compuestas por cuatro novelas cortas que cuentan las memorias ficticias del Marqués de Bradomín, un alter ego del propio Valle-Inclán que se define con aquellos famosos epítetos de “feo, católico y sentimental”. Las cuatro se ambientan en cuatro momentos diferentes de la vida del marqués: ‘Sonata de primavera’ nos presenta a un joven protagonista, que sirve como mensajero del Vaticano y que es enviado al Palacio Gaetani, donde intentará conquistar a la hija mayor de la princesa, que está a punto de tomar los hábitos; en ‘Sonata de verano’, nos trasladamos al Caribe, donde vivimos la apasionada y tormentosa relación del marqués con la Niña Chole, presentada inicialmente como una auténtica belle dame sans merci, y que es hija y amante de un bandolero. En ‘Sonata de otoño’, las tierras de Galicia son el marco de un romance maduro y nostálgico entre nuestro protagonista y uno de sus antiguos amores, que vive sus últimos días en el pazo donde se conocieron. Finalmente, ‘Sonata de invierno’ nos lleva al crepúsculo de la vida del marqués, cuando, tras ser herido en las guerras carlistas, se recupera en un convento y surge en él una historia de amor prohibido con la jovencísima Maximina.

De Valle-Inclán no creo que sea necesario decir nada más: uno de los autores más importantes de nuestras letras y ejemplo claro de que la distinción que tuvimos que aprender entre modernistas y generación del 98 es más bien borrosa: su obra abarca tanto en su primera época las obras de carácter más esteticista y evasor, como las más comprometidas que buscaron la denuncia con la deformación grotesca de la realidad que supuso la creación de su personalísmo esperpento.

Las ‘Sonatas’ son una delicia para el lector, y es que el uso de de legua de Valle-Inclán es magistral. Ya desde su título sinestésico, uno se da cuenta de que el autor sigue la conocida máxima de Verlaine de “la música ante todo”. Su prosa es sonora, brillante y colorida, pero a la vez ágil, sin perderse en los vericuetos retóricos románticos o los excesos de la literatura modernista. Es inevitable comparar su prosa con la que leímos recientemente de Salvador Rueda, ‘La cópula’, que se publicó en 1906 (un año más tarde que la última de las ‘Sonatas’ en ver la luz) pero Valle-Inclán está a años luz de la de Rueda. Lo que deslumbra de Valle es su elegancia, su inteligencia. A pesar de ser un texto florido de símiles y metáforas, no cae en los tópicos modernistas, sino que los construye con su buen hacer.

La tarde agonizaba y las oraciones resonaban en la silenciosa oscuridad de la capilla, hondas, tristes y augustas, como un eco de la pasión. Yo me adormecía en la tribuna. Las niñas fueron a sentarse en las gradas del altar: sus vestidos eran albos como el lino de los paños litúrgicos.

Estas memorias galantes presentan a ese alter ego de Don Ramón, el Marqués de Bradomín, que también hacía su breve aparición estelar en la obra cumbre de Valle, ‘Luces de bohemia’, como un donjuan preso de un inagotable sed de belleza, con Giacomo Casanova y el poeta Pietro Aretino (el de los sonetos pornográficos) como maestros confesos. En sus historias el lector queda atrapado por la sensualidad de los ambientes que recrea, y por el lígero tono irreverentemente modernista que destilan sus aventuras amatorias, la mayor parte de las cuales son romances prohibidos por la moral imperante. Además, Valle-Inclán sabe entremezclar como pocos los elementos más diversos, como la morbosa relación entre el amor y la muerte, Eros y Thanathos, tan diferentes pero tan cercanos, como en el caso del trágico accidente con el que culmina una de las historias, o la memorable escena de ‘Sonata de otoño’, cuando un compungido marqués lleva el cuerpo inerte de Concha de nuevo a su habitación, y su pelo se enreda en el pomo de una puerta.

A pesar de que las cuatro historias están ordenadas por su ciclo natural, no fueron escritas en ese orden. ‘Sonata de otoño’, quizá la mejor del conjunto, fue la primera en aparecer (1902), y tras ella seguirían ‘Sonata de estío’ (1903, incluida también como versión previa en ‘Femeninas/Epitalamio’), ‘Sonata de primavera’ (1904) y en último lugar ‘Sonata de invierno’ (1905). No son simplemente cuatro novelas yuxtapuestas y con un protagonista que las une, sino que Valle-Inclán las unió con diversas referencias cruzadas que crean un conjunto muy coherente.

Estamos ante una obra maestra de las letras españolas; uno de los mejores ejemplos de lo que dio de sí el Modernismo hispánico y el propio Valle-Inclán. Las memorias galantes del marqués se dejan leer con suavidad, con delicia, uno disfruta paladeando la exquisitez de cada párrafo escrito con mano de orfebre. Como señala en la introducción Pedro Gómez Carrizo,

A los dos o tres minutos de empezar las Sonatas, el lector adquiere la certeza absoluta de que se halla ante una de las obras cumbre de la literatura universal.

‘Sonatas’
Ramón María del Valle-Inclán
Ed. Desván de Hanta, 2014.
Rústica con solapas. 384 pgs.
ISBN: 978-84-942015-0-9

Más información | Ficha en Desván de Hanta
En Papel en Blanco | ‘La cópula’, la sensualidad panteísta de Salvador Rueda


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